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Foto del escritorMiriam (Bibliotecaria)

Otro año más juntos... 😍


LEER ES ESTAR

SOÑANDO

CON LOS OJOS ABIERTOS...📚📖




Para este inicio de año te propongo leer...



Había una vez una vaca en la quebrada de Humahuaca. Como era muy vieja, muy vieja estaba sorda de una oreja. Y a pesar de que ya era abuela un día quiso ir a la escuela. Se puso unos zapatos rojos guantes de tul y un par de anteojos. La vio la maestra asustada y dijo: "Estás equivocada" Y la vaca le respondió: "¿Por qué no puedo estudiar yo?"

La vaca vestida de blanco se acomodó en el primer banco. Los chicos tirábamos tiza y nos moríamos de risa. La gente se fue muy curiosa a ver a la vaca estudiosa.

La gente llegaba en camiones en bicicletas y en aviones. Y como el bochinche aumentaba en la escuela nadie estudiaba. La vaca de pie en un rincón rumiaba sola la lección.

Un día toditos los chicos nos convertimos en borricos. Y en ese lugar de Humahuaca la única sabia fue la vaca. Y en ese lugar de Humahuaca la única sabia fue la vaca.



Te invito a ver la canción...





Cuento "La Plapla"
de María Elena Walsh

Felipito Tacatún estaba haciendo los deberes. Inclinado sobre el cuaderno y sacando un poquito la lengua, escribía enruladas “emes”, orejudas “eles” y elegantísimas “zetas”.
 De pronto vio algo muy raro sobre el papel.
—¿Qué es esto?, se preguntó Felipito, que era un poco miope, y se puso un par de anteojos.
 Una de las letras que había escrito se despatarraba toda y se ponía a caminar muy oronda por el cuaderno.
 Felipito no lo podía creer, y sin embargo era cierto: la letra, como una araña de tinta, patinaba muy contenta por la página.
 Felipito se puso otro par de anteojos para mirarla mejor.
 Cuando la hubo mirado bien, cerró el cuaderno asustado y oyó una vocecita que decía:
 —¡Ay!
 Volvió a abrir el cuaderno valientemente y se puso otro par de anteojos y ya van tres.
 Pegando la nariz al papel preguntó:
 —¿Quién es usted, señorita?
 Y la letra caminadora contestó:
 —Soy una Plapla.
 —¿Una Plapla?, preguntó Felipito asustadísimo, ¿qué es eso?
 —¿No acabo de decirte? Una Plapla soy yo.
 —Pero la maestra nunca me dijo que existiera una letra llamada Plapla, y mucho menos que caminara por el cuaderno.
 —Ahora ya lo sabes. Has escrito una Plapla.
 —¿Y qué hago con la Plapla?
 —Mirarla.
 —Sí, la estoy mirando pero... ¿y después?
 —Después, nada.
 Y la Plapla siguió patinando sobre el cuaderno mientras cantaba un vals con su voz chiquita y de tinta.
 Al día siguiente, Felipito corrió a mostrarle el cuaderno a la maestra, gritando entusiasmado:
 —¡Señorita, mire la Plapla, mire la Plapla!
 La maestra creyó que Felipito se había vuelto loco.
 Pero no.
 Abrió el cuaderno, y allí estaba la Plapla bailando y patinando por la página y jugando a la rayuela con los renglones.. Como podrán imaginarse, la Plapla causó mucho revuelo en el colegio.
 Ese día nadie estudió.
Todo el mundo, por riguroso turno, desde el portero hasta los nenes de primer grado, se dedicaron a contemplar a la Plapla.
Tan grande fue el bochinche y la falta de estudio, que desde ese día la Plapla no figura en el abecedario.
 Cada vez que un chico, por casualidad, igual que Felipito, escribe una Plapla cantante y patinadora la maestra la guarda en una cajita y cuida muy bien de que nadie se entere.
 Qué le vamos a hacer, así es la vida.
 Las letras no han sido hechas para bailar, sino para quedarse quietas una al lado de la otra, ¿no?



Ahora, mirá el video del cuento...




Si querés leer el libro,

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Otro cuento...


La Momia entró a la clase y todos se pusieron de pie.

—Buenas tardes —saludó.

—Bue - nas - tar - des - se - ño - ri - ta —le contestaron.

La Momia se puso los anteojos, sacó el registro del escritorio y empezó a pasar lista:

—Drácula.

— ¡Presente!

—Frankestein.

— ¡Presente!

Y siguió:

— ¡Garramunda!

— ¡Pdecente, ceñodita! —le contestó una bruja ceceosa.

— ¿Dónde está el Lobizón? — preguntó la momia de repente— ¿Hoy también faltó?

Un espectro verdoso se levantó de su asiento y dijo respetuosamente:

— Sí, faltó. Me mandó decirle que su abuelita todavía está enferma.

En el fondo del aula dormía un joven ogro.

Roncaba como un santo. Era uno de los más grandes y había repetido catorce veces primer grado. La Momia lo despertó tirándole un borrador en la nuca. Era su alumno favorito.

Por fin, todos estuvieron listos para empezar la clase. No volaba una mosca.

La Momia se plantó frente al pizarrón y se aclaró la garganta:

—Buem. Abran el manual en la página 62. Hoy vamos a aprender a atravesar paredes, algo muy útil en la vida. Si lo aprenden como es debido podrán aterrorizar a mucha gente y hacer de veras ¡muuucho daño a la humanidad!

Aquí la Momia se emocionaba. Siempre que hablaba de hacer mal a la humanidad se le humedecían los ojos y ponía voz de flan. Frente al libro abierto, los alumnos leían la lección a coro. El atravesamiento de paredes era más bien una clase práctica. Uno a uno, fueron ejercitándose.

Primero atravesaron una plancha de telgopor. Después una madera de dos pulgadas. Por último, tenían que atravesar la pared que daba al salón de actos, de donde los echaban porque un grupo de compañeros estaban ensayando la “Canción de la araña”. El más hábil de todos resultó ser el Fantasma. Eso de atravesar paredes se lo habían enseñado sus padres de chiquito. Había un vampiro también bastante habilidoso. Atravesaba con elegancia.

Por la mitad de la clase, le tocó el turno a Frankestein. La maestra lo llamó al frente. Pasó. Se ajustó el cinturón, se llenó los pulmones de aire para hacerse más esponjoso, cerró los ojos y avanzó decidido hacia la pared.

Muchos años después, ya jubilada, La Momia seguiría recordando aquel día extraordinario, el choque fue terrible.

La cabeza de Frankestein sonó como una caja llena de tuercas lanzada contra una escollera, pero él ni pestañó. Un salpicón de bisagras, remaches, astillas y peladuras roció a todo el mundo.

La maestra pegó un grito creyendo que su alumno se desarmaba. Corrió a ayudarlo, pero Frankie estaba decidido a avanzar. Y avanzó.

Era un muchacho sólido, tenía amor propio y no lo iba a detener una pared.

Pasar, pasó. Abrió un boquete de cuatro metros por dos y arrastró el piano que estaba del otro lado. Los integrantes del coro aplaudieron. Detrás de él la pared entera se derrumbó y con ella el cielorraso. Unas grietas espantosas aparecieron en el aula y en el techo del salón de actos.

A Frankestein le pareció un triunfo total. Estaba dispuesto a demostrarle a su maestra lo bueno que era para pasar cosas. Esta vez arremetió contra la pared que daba al patio con el ímpetu de un tren carguero.

Alumnos y maestros empezaron a correr porque el edificio entero se resquebrajaba. Los murciélagos levantaron vuelo desordenadamente. Frankie siguió atravesando paredes, una tras otra, siempre con el mismo éxito. Cuando atravesó la última, el edificio, viejo y ruinoso, se vino abajo. Desde la vereda de enfrente, todos miraban alborotados el radiante cataclismo. El polvo desmoronado hacía toser al portero.

La Momia corrió a rescatar a Frankestein de entre medio de los escombros. Estaba averiado pero contento. Enseguida le vendó las partes machucadas. Después lo miró babeante de orgullo y le dio un beso.

Evidentemente, no era lo bastante transparente, poroso y aéreo como para atravesar paredes. Pero, en cambio, era un as para los derrumbes. En toda su vida de maestra La Momia nunca había visto una catástrofe tan completa. Se imaginó que con un poco de práctica Frankie podía causar desastres mundiales.

Ese mes le escribió en el boletín de calificaciones:

“Te portas cada día peor. ¡Adelante! ¡Sigue así!”



Espero que te hayan gustado...

¡Los esperamos la próxima,

con muchos más cuentos!

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