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Foto del escritorMiriam (Bibliotecaria)

Seguimos un autor: "Silvia Schujer"



BIOGRAFÍA


Silvia Schujer nació en Olivos, Argentina, el 28 de diciembre de 1956.

Tras residir varios años en México, por razones de trabajo de su padre, se asentó en Buenos Aires. Es Profesora de Literatura, Castellano y Latín. Entre 1988 y 1998 trabajó en la editorial Sudamericana, dentro del departamento de Literatura Infantil y Juvenil. En 1978, inició su vinculación con distintas empresas discográficas de Buenos Aires y grabó un disco solista. Junto a su hijo, el compositor Mariano Fernández, realizó la producción de los soportes musicales que acompañaban los libros "Palabras para jugar con los más chicos", "Canciones de cuna para dormir cachorros" y "Pasen y vean – canciones del circo". Es autora de libros infantiles y juveniles, en los que utiliza el lenguaje y la música como juego. Quizás sea este placer que le brinda el juego con aspectos fónicos, semánticos, ortográficos e incluso gráficos lo que la lleva a una amplia producción de canciones y poesías.

Ha recibido numerosos premios y menciones, tanto nacionales como internacionales en reconocimiento por sus obras. Trabajó como codirectora del suplemento infantil del diario La Voz, y fue secretaria de redacción del periódico Mensajero y de la revista infantil: Cordones sueltos. Además, realizó colaboraciones en otros medios gráficos como Crónica, Diario Popular, Anteojito, Cosmik, Billiken, Humi y A-Z diez. Integró el Consejo de dirección de la revista La Mancha (de literatura infantil y juvenil).

Ha recibido numerosos premios literarios, entre ellos: Premio Casa de las Américas, 3º Premio Nacional de Literatura en 1994, Mención de Honor en el Premio Nacional de Literatura en 1992.

Muchas de sus obras fueron traducidas a otros idiomas.



Algunas de sus obras publicadas son:

" A la rumba luna", Ed. Alfaguara "La más bruja de todas", Ed. Atlántida "El terror de los pulpos", Ed. Atlántida "Enojo de conejo", Ed. Atlántida

"Celeste creció de golpe", Ed. Guadal "Juanito y los disfraces", Ed. Guadal

"La gallina y el cocodrilo", Ed. Artemisa "Regalos", Ed. Atlántida "Historia de un primer fin de semana", Ed. Alfaguara "Caballo de cuento", Ed. Sudamericana

"El traje del emperador y otros cuentos clásicos", Ed. Alfaguara

"El astronauta del barrio y otros oficios", Ed. Alfaguara "Ratón de campo, ratón de ciudad", Ed. Artemisa

"Brujas con poco trabajo", Ed. Sudamericana

"De los chanchos que vuelan", Ed. Atlántida "Un cuento de amor en mayo", Ed. Alfaguara "Mitos y leyendas de la Patagonia", Ed. Guadal "La abuela electrónica", Ed. Sudamericana "Pasen y vean. Canciones del circo", Ed. Atlántida "La leyenda del picaflor", Ed. Sudamericana

Para leer la "Autobiografía de Silvia Schujer", HACÉ CLICK ACÁ:




Ahora... ¡Cuentos y más cuentos de Silvia Schujer!



Cuento “Brujas Mellizas” de Silvia Schujer.
 
Además de brujas, Brujeña y Brujilda eran hermanas. Gemelas. Dos gotas de agua.
Tan idénticas por fuera que a primera vista parecían fotocopias.
Por fuera, porque en el carácter eran el día y la noche, la luz y la sombra, las olas y el
viento...
Brujeña era malévola, bellaca, descortés, deslucida y desagradable.
Brujilda en cambio era cándida, benigna, sensible, abnegada y generosa.
Brujeaban en la misma cueva. Atendían a los clientes por orden de llegada: el primero
para una, el segundo para la otra. El tercero para la primera. El cuarto para la segunda, etc. Todo un tratado de democracia brujeril.
Pero una cosa era cuando atendía Brujilda. Y otra muy distinta cuando lo hacía
Brujeñá.
Si a la choza llegaba un paciente con empacho, Brujilda con sus brebajes convertía la
panza de la víctima en un paraíso gástrico.
Brujeña en cambio, transformaba al indigesto en un cerdo, como acto de castigo al
muy tragón. Exageraba su tratamiento hasta que el cliente quedaba reducido a la
categoría de bestia.
Así eran: iguales y distintas. Y así se soportaban. 
Porque por miedo o por respeto entre hermanas ninguna se atrevía a desafiar los poderes de la otra y viceversa.
Hasta un día en que esto ocurrió.
Un martes 13. A primera hora de la mañana.
Apareció en la cueva un joven hermoso con el pelo enrulado, ojos claros y estatura de
príncipe.
- Buenos días. - dijo. Y antes de que pudiera continuar, por única vez en la vida
Brujeña y Brujilda estuvieron de acuerdo: se enamoraron perdidamente del mancebo y
cayeron desmayadas a sus pies.
-Es mío - suspiró ya repuesta Brujilda a quien de verdad correspondía la atención de
ese cliente.
-Lo siento - la desafió Brujeña decidida a todo. Y, al cabo de una larga discusión abundante en agravios brujeriles: "arpía", "lechuzona", "cara de fécula", "revuelto de piraña", "nariz de escoba vieja", etc. se retaron a duelo.
De entrada, Brujilda descargó sobre su hermana 100 kilos de polvo de estrellas que,
endurecidos sobre su cuerpo (el de Brujeña) la convirtieron en monumento a la piedra
preciosa.
Librada del hechizo y con ayuda de su escoba, Brujeña disparó contra los ojos de su
hermana dos litros de leche cuajada que le dejaron la vista a la miseria.
Llorando lágrimas de yogurt, Brujilda rompió de un escobazo los frascos con veneno
de su hermana.
Furiosa, Brujeña respondió al ataque desarmando el laboratorio de Brujilda de este
modo:  las pociones para enamorar las hizo sopa, los brebajes de calmar dolores saliva de caballo enfermo, las esencias de flor en jarabe, las convirtió en laxante.
Enojadísima, Brujilda hizo que su hermana se transformara en mariposa.
Mariposa y todo, Brujeña logró que su hermana se volviera un jabalí.
Jabalí y todo, Brujilda hizo desaparecer la escoba de su hermana.
Hermana y todo, Brujeña consiguió que la escoba de Brujilda se hiciera carbón en el
mismo horno donde años atrás intentara cocinar a Hansel y Gretel.
La guerra se fue tornando cada vez más fría, más destructiva. Hasta que las hermanas se desaparecieron una a la otra, y los poderes quedaron solos, es decir sin ellas, es decir a la buena de Dios.
Invisibles, flotando por el aire, ante los ojos claros del joven hermoso con estatura de príncipe que no entendía qué rayos había pasado desde su llegada a la choza hasta ese momento.
Seguro de haber caído en una trampa y estar atrapado en la cueva, nuestro héroe respiró bien hondo y se dispuso a enfrentar la situación con la mayor valentía: abrió la puerta para escapar.
Por su parte, aburridos de andar sueltos, los poderes de las brujas, se disolvieron en el aire y, sin saberlo, se dejaron respirar por el muchacho antes de que éste abandonara corriendo el lugar.
Quizás por eso el que una vez fuera tan solo joven y hermoso, a partir de aquel día tuvo épocas de mágica belleza y otras de increíble fealdad. Vivió horas de loca alegría seguidas por horas de sorprendente amargura. Odió y amó lo que odió. 
Construyó y destruyó. Acarició y golpeó. Algunas veces mintió y otras dijo la verdad. Para unos fue malo y para otros muy bueno.
Lo cierto es que, hasta el último minuto de su vida, el hombre trató de entender la
razón de su pena y la de su dicha. Y como nunca encontró una respuesta, dejó escrita
esta historia de brujas por si alguien que pasa la quiere escuchar.

“Brujas mellizas”, en Más palabras para jugar, 1999, Editorial Sudamericana S.A.
Ilustraciones: Mónica Pironio
Colección: “Programa de abuelos y abuelas leecuentos”


“La abuela electrónica”, de Silvia Schujer.

“Mi abuela funciona a pilas. O con electricidad, depende. Depende de la energía que necesite para lo que haya que hacer.
 Si la tarea es cuidarme cuando mis padres salen de noche, la dejan enchufada. La sientan sobre la mecedora que está al lado de mi cama y le empalman un cable que llega hasta el teléfono por cualquier emergencia.
Si en cambio va a prepararme una torta o hacerme la leche cuando vuelvo del colegio, le colocamos las pilas para que se mueva con toda libertad.
Mi abuela es igual a las otras. En serio. Sólo que está hecha con alta tecnología. Sin ir más lejos, tiene doble casetera y eso es bárbaro porque se le pueden pedir dos cosas al mismo tiempo. Y ella responde.
Mi abuela es mía.
Me la trajeron a casa apenas salió a la venta. Mis padres la pagaron con tarjeta de crédito a la mañana, y a la tarde ya estaba con nosotros.
Es que mi familia es muy moderna. Modernísima. A tal punto mi mamá y mi papá están preocupados por andar a la moda que no guardan ni el más mínimo recuerdo. De un día para otro tiran lo que pasó a la basura.
A lo mejor es por eso, ahora que lo pienso, que tengo tan mala memoria y no puedo acordarme entera ni siquiera la tabla del dos.
Desde que la abuela está en casa, sin embargo, las cosas en la escuela no me van tan mal.
Para empezar, ella tiene un dispositivo automático que todas las tardes se pone en marcha a la hora de hacer los deberes. Es así: se le prende una luz y se acciona una palanca. Abandona automáticamente lo que está haciendo y sus radares apuntan hacia donde estoy. Entonces me levanta por la cintura y me sienta junto a ella frente al escritorio. Ahí empezamos a resolver las cuentas y los problemas de regla de tres. O a calcar un mapa con tinta china negra. Aunque nadie se lo pida, mi abuela lleva un registro exacto de mis útiles escolares.
Por otro lado, le aprieto un botón de la espalda y el agujero de su nariz se convierte en sacapuntas. Le muevo un poco la oreja y las yemas de los dedos se vuelven gomas de tinta y lápiz.
Tener una abuela como la mía me encanta. Sobre todo cuando está enchufada, porque así puede gastar toda la energía que se le dé la gana y no cuesta demasiado mantenerla, como dice mi papá, que además de moderno es un tacaño y sufre como un perro cada vez que a mi abuela hay que cambiarle las pilas.
Casi todas las noches yo la enchufo un rato antes de irme a dormir. Así me cuenta un cuento. O lo hace aparecer en su pantalla para que yo lea mientras ella me acaricia la cabeza. Sabe millones. Basta colocarle el disquete correspondiente (porque también viene con disquetera) y en cuestión de segundos empieza con algunahistoria. Como completamente automática, se apaga sola cuando me duermo. Cuando mi abuela me cuenta un cuento o me canta algunas canciones, yo me olvido de que es electrónica.
Más que nunca parece una persona común y silvestre. Y es que además tiene una tecla de memoria que le permite escucharme. Yo puedo contarle cosas y, oprimiendo esa tecla, ella archiva toda la información: al final sabe de mí más que ninguno.
Me gusta tener a mi abuela. Aunque salir a pasear con ella me traiga algunos inconvenientes: los que no son tan modernos como mi familia nos miran mucho en la calle. Y se ríen. O quieren tocarla para ver de qué material es.
Ven algo raro en sus movimientos… o en su cara, no sé. Creo que las luces que tiene en los ojos no son cosa fácil de disimular.
A mí me encanta tener esta abuela.
Hace unos días, sin embargo, mi mamá dijo que quería cambiarla por un modelo más nuevo. Dice que salieron unas más chicas, menos aparatosas, con más funciones y a control remoto.
La idea no me gusta para nada. Porque, aunque es cierto que estoy bastante acostumbrado a los cambios, con esta abuela me siento muy bien.
Las habrá mejor equipadas, ya sé. Pero yo quiero a la abuela que tengo. Y es que, aparte, cada vez me convenzo más de que ella también está acostumbrada a mí.
A decir verdad, desde que en casa están pensando en cambiar a la abuela, yo estoy tramando un plan para retenerla.
Sí. De a poquito la estoy entrenando para que pueda vivir por sus propios medios. Para que no deje que la compren y la vendan como si fuera una cosa, un mueble usado.
Los otros días le desconecté la luz de los ojos y ahora le estoy enseñando a ver. Vamos bien.
También le estoy enseñando a ser cariñosa sin el disquete. Ésa es la parte que me resulta más fácil; a lo mejor porque me quiere, aunque ella todavía no lo sepa. Pienso seguir trabajando.
Mi objetivo es que aprenda a llorar. A llorar como loca. Y lo más pronto posible, así el día que se la quieran llevar como parte de pago para traer una nueva, el escándalo lo armamos juntos.”
Este es un capítulo del libro del mismo nombre publicado en 2014 en la colección Primera Sudamericana, en Buenos Aires. También forma parte de la Colección “Cuento con vos”, editada por el Ministerio de Educación de la Nación en 1998, sobre los derechos de los niños y las niñas.
Ilustraciones de la última edición: Pablo Bernasconi
 

También podés escuchar el cuento "La abuela electrónica" ¡Espero que te guste!





Cuento "La galera del dentista" de Silvia Schujer

Tito Molares era el dentista del barrio; un vecino al que nadie quería. O mejor dicho: al que nadie quería visitar. 
Y es que uno llegaba a su consultorio y no solo tenía que abrir la boca como una palangana, sino, además, soportar que le metiera aparatos raros entre los dientes. Sopletes, cucharones, pinzas, taladros. En fin. 
Para entonces, la imagen que todos tenían del dentista era la de un ogro. Quizá por eso, cuando alguno en la escuela se portaba mal, en vez de ponerlo en penitencia, lo amenazaban con mandarlo a lo de Tito. 
Por supuesto, ninguno quería que se le cayera un diente. Y mucho menos reírse demasiado: a ver si todavía le descubrían una caries.
¡Pobre Molares! Al hombre le dolía muchísimo lo que pensaban de él. Estaba harto de que lo vieran como un monstruo, así que un buen día decidió cambiar. Se tomó unas vacaciones, se puso a estudiar magia, se recibió de mago, practicó a solas sus trucos y, una vez que se sintió seguro, volvió a abrir su consultorio. 
Cuando entró el primer paciente, se quedó estupefacto. La boca se le abrió sola de la sorpresa. Y es que, en vez de recibirlo con su habitual delantal blanco, Tito apareció vestido con una capa negra y un pantalón rojo brillante.
Y eso no fue todo: para curarlo, le introdujo una pinza en la boca, dijo unas palabras mágicas y, al instante, además de una muela, le extrajo una perinola. 
Desde ese día, cada vez que el doctor Molares mete algún instrumento en la boca de un paciente, lo saca con un regalito (al instrumento, no al paciente). Y ese regalito puede ser un dado, un caramelo, un boleto para entrar gratis al cine o quién sabe qué.
Desde entonces, además, la gente va al dentista mucho más seguido. Y deja que Tito les revise tranquilo los dientes. Todos se aguantan mejor las molestias –y hasta las olvidan, porque mientras el doctor para curarlos usa el soplete, el taladro o alguna pinza, tanto unos como otros tratan de adivinar qué sorpresa les saldrá de la boca.
Y así están las cosas ahora. Con los vecinos sonrientes y su dentista también. Nunca falta algún desubicado que trate de averiguar cómo Tito hace lo que hace. Pero eso nunca podrá descubrirse porque, como es sabido, los trucos de un mago son siempre secretos.


 Del libro "El astronauta del barrio y otros oficios"
 Autora: Silvia Schujer
 Ilustrador: Perica
 Ed. Alfaguara Infantil


Más cuentos...




El señor Poquito Pérez se prepara para ir al trabajo como siempre. Pero este será un día distinto y podrá ser quien quiera... Incluso el astronauta del barrio. Un libro que cuenta las aventuras de Antonio Pirulero, el gobernante de Villa Pirulo; Celedonio, el florista de La Floresta; Malena, una artista peluquera, y muchos personajes más, que nos harán reír y pensar. Ocho cuentos sobre los oficios, con el ingenio y la pluma de Silvia Schujer.






De este libro seleccionamos el cuento

“El astronauta del barrio” de Silvia Schujer

Para leerlo HACÉ CLICK ACÁ...







"La canoa de cuero" está incluido en el libro "Cuentos y chinventos" (1987).

Esta edición fue elaborada por el Plan Nacional de Lectura, como parte de la Colección "Escritores en escuelas".


Para leer el cuento

“La canoa de cuero”

de Silvia Schujer

HACÉ CLICK en la TAPA...









Cuento: “Lágrimas de cocodrilo” de Silvia Schujer

Si un cocodrilo llora más de la cuenta, seguro que tiene un problema. ¿Podrá parar de llorar? Si escuchas este cuento, te vas a enterar.





¡Hasta la próxima!

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